13 marzo 2008

AUDIENCIA EN LA CALLE.

Alguien muy cercano a Ti, Madre, alguien que es tus ojos en Semana Santa, tras una conversación de amigos que acaban de conocerse más en profundidad, me había regalado el privilegio de una Audiencia Privada Contigo. Desde aquella noche, con el olor a incienso de por medio, soñaba con que llegara el día elegido para el evento, y poder mirarte de cerca Tu carita morena de gitana dolorosa.

Aturdían mi cabeza miles de dudas de cómo podría mirarte el alma de este pecador profano, que se vuelve más cofrade que nadie en cuanto muere el segundo mes del año y la Cuaresma empieza a colarse sin permiso por su puerta. Pensaba en cómo sería Tu mirada a mí, si sería con la misma piedad, con la misma pasión, con la misma misericordia que derraman Tus ojos.

Quería decirte tantas cosas… hablarte de tantas cosas… contarte tantas cosas de tantos amigos Hijos Tuyos por los que pediría para que los tuvieras a Tu lado en el Reino de Tu Hijo… Nada que no superas ya, Tú que todo lo ves y todo lo puedes. Pensaba en recordarte, por si se te había olvidado, que aunque en mi pubertad mi corazón se desvivía por una Paciencia que vive allá por Santiago, y en los fines de mi adolescencia encuentro refugio en Los Dolores de una madre Silenciosa, Tú fuiste mi refugio en la niñez.

Que cuando estudiaba en el Colegio Público Cervantes donde cursé mi E.G.B, en los recreos, siempre me iba a una zona prohibida para los de mi edad, que no era otra que el muro que separa el colegio, del antiguo Monasterio Franciscano en Ruinas, para estar lo más cerca de ti que fuera posible.

Pensaba rememorarte, por si no lo recordabas, que Tú fuiste mi primera visión cofrade, cuando con muy poquita edad, mi madre, que siente debilidad por Ti, y que lo manifiesta cada Semana Santa al verte, me llevaba de la manita a la calle San Francisco, o para que pudiera verte mejor, a la extinta glorieta del Paseo del Estatuto, donde en alto, podía divisar Tu rostro casi a la altura del mío. El rostro tostado por el sol de Jerusalem, afligido por la pena de ver bajar a Tu Hijo inerte de una cruz, pero que seguía luciendo con la belleza que ni las más dolorosas adversidades pueden arrebatar.

Mi madre lo dice mucho: “Qué guapa es esta Virgen”, “Es la que mas me gusta”. Yo casi siempre le asiento con la cabeza, o respondo con un rotundo “Sí que es guapa”. Cuántas cosas pensaba decirte en esa audiencia privada. Solitos Tú y yo. Como en los viejos tiempos, cuando a pesar de estar la calle San Francisco llena de gente, y el Paseo del Estatuto a Rebosar, yo sentía que sólo estábamos Tú y yo.

Hoy, con más edad, tengo otros momentos que recordar. Como cuando llevé sobre mis hombros esa bocina que anunciaba a Carmona tu llegada por sus calles, bajo la túnica de nazareno de la Quinta Angustia. Y me volvía para verte cada dos por tres, por no poder resistir ver tu paso imponiéndose ante todo por la calle Tahona. Viendo como paras el tiempo en San Francisco cuando pasas y tu barrio te derrama ese amor en petaladas con el fervor y el cariño que desborda cualquier formalidad o protocolo.


Y veo como en sus miradas, hay unas ganas de gritarte lo guapa que eres, aunque se contengan tus gentes de San Francisco, y ese “guapa”, salga en forma de aplausos, o en lágrimas que afloran cuando Tus costaleros te mecen y andan con la clase con que lo hacen.

Pensaba decirte tantas cosas, que al final no pudieron ser. Porque motivos laborales nos lo impidieron, al final nos quedamos sin esa cita, Madre. Agradezco la buena Fé de nuestro interlocutor, porque sabía lo que significaba para mí ese encuentro. Como agradezco la vivencia de aquel Miércoles Santo de Madrugada, cuando te veía de cangrejero, como flotando entre pétalos que no paraban de caer por Tahona. Radiante. Omnipotente. Bella. Hasta la luna se puso de acuerdo aquella noche para que su luz más radiante te acariciara el rostro mezclado con el estrellato de Tu candelería.

Hoy, siento que esa audiencia será posible muy pronto. Pero no será privada para el resto de la gente. Será el Miércoles Santo. Cuando de nuevo vuelvas a derramar tu belleza por Carmona. Pero para nosotros, Madre, Tú lo sabes, será tan privada, como lo era aquellas tardes de mi niñez, cuando te veía pasar por el Paseo del Estatuto, desde la glorieta, y tu rostro estaba a la altura del mío, y podía admirar con el asombro de un niño Tu belleza, aún sin comprender la Magnanimidad de lo que tenía delante, pero incubando un cariño y unos recuerdos, que ahora, con conocimiento de causa, me hacen quererte y admirarte, tanto como te admiro y te quiero.

Nada más que decirte, Angustias. Solo cuanto los días y las horas, para que llegue nuestro encuentro. El mismo encuentro que espera San Francisco. El mismo encuentro que al ser Tú omnipresente, esperan tantos y tantos Hijos tuyos. Pero el nuestro, Madre, tendrá categoría de Audiencia. La Audiencia privada que espero, para que al verte pasar, en ese minutito en el que Tu rostro hace que todo se vuelva insignificante, pueda decirte, contarte y pedirte, tantas cosas que aún siguen rondando mi cabeza.

Nos veremos el Miércoles Santo, Angustias. Tú y yo. Solos. En Audiencia privada y Sagrada. Como en los viejos tiempos, como cada Miércoles Santo, en lo más profundo de mi corazón, como lo vengo sintiendo desde mi niñez…
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