03 marzo 2015

CUARESMA 2015 (IV): "LA INTIMIDAD DE LA PLATA"

Cuando la ciudad de los atardeceres irrepetibles se pone su manto de noche apacible, cuando la ciudad del legado de la antigua Roma se pone incluso su manto de noche fría, hasta el de lluvia fina que hace temer por los días que vendrán, las calles se acurrucan entre las sábanas del poco tránsito de motores, y del eco que produce en su soledad la escasez de los pasos que las recorren.

En algunos rincones de la ciudad de los amaneceres distintos, cuando el atardecer se pone su manto de noche y se bautiza de calma y silencio, se produce la magia del encuentro. Es el acercamiento de la fe más recóndita de nuestra Semana Santa, de la menos reconocida y valorada y a la vez, de la más gratificante para quien la vive. En la intimidad de un cuartito de una casa hermandad, quizá un "soberao" andaluz de los anexos a una iglesia, puede que ya con las losas de barro gastadas por el tiempo, al final de una estrecha escalera, se respira un aroma especial.

Es el olor de los tesoros que los priostes guardan como tal desde una antigüedad sabida por generaciones hereditarias de la intimidad. Intimidad con olor al incienso impregnado en las paredes de cal y barandas de madera, en un llamador que el pasar de los años quiso que quedara como simple elemento decorativo, en los paños que cubren la excelencia que luego resaltará los andares de una Dolorosa, o del mismo Hijo de Dios. La intimidad con olor a tertulia, a caladas de humo expulsado por la pausa para fumarse la esperanza de que todo salga bien. La intimidad de la broma entre los que se conocen de años, mientras el limpia-plata ducha los recovecos más incómodos del repujado que adorna un varal o una jarra. 

La intimidad del calor de un secador que derrite la cera, o el paño que saca el brillo a las varas de acompañamiento. La intimidad del esfuerzo para mover estructuras que luego serán altares de quinarios, la del cuidado con que se sacan de un viejo arcón los paños que servirán para ese mismo fin, la de la puerta cerrada a cal y canto porque hay que vestir a la Madre de Dios y para eso sólo hay unas cuantas manos privilegiadas. La intimidad del escobón y el recogedor que dan manifiesto de que todo quede despejado y limpio para la siguiente noche.

Noche que llegará tras otro atardecer irrepetible, cuando la ciudad vuelva a ponerse su manto. Da igual si es el apacible, el frío o el de la fina e indeseada lluvia de estos días. Entre tanto ajetreo de preguntas por el sitio donde se guardó una herramienta que hace falta, o de risas por alguna broma, o de indicaciones para que las cosas se hagan de una forma u otra, una parada de segundos en la intimidad de la capilla, y una mirada hacia Él o hacia Ella. Unos pocos segundos. Puede que algún suspiro. Y en esos instantes tan breves, tantos pensamientos, tantas peticiones, o puede que sólo la contemplación basada en la fe y el cariño.

La fe que baña la intimidad de la plata. Esa plata que luego veremos brillar y que lleva el adorno de las pasadas del paño con "Sidol" o el calor previo del secador, en los que nadie repara al verlas pasar por la calle. Pero es plata que brilla el doble porque lleva impregnada en sus grecas y repujes, las vivencias de los días previos, en los que los corazones vuelven a encontrarse en la parte más intima de las hermandades. En alguna casa hermandad... antigua... con el olor a incienso de años impregnado en sus paredes, las paredes que encierran la intimidad más dulce de estos días, la intimidad de la plata que volverá a brillar en un corto plazo de tiempo, cuando la ciudad de los atardeceres irrepetibles, se ponga el traje de noche... se ponga el traje de Silencio...


No hay comentarios:

Free counter and web stats