15 marzo 2015

CUARESMA 2015 (XI). CRISTOS DE CARMONA (V): "No veo en este Hombre delito alguno"

De las entrañas de un barrio elegido por Reyes medievales para vivir, sale a la luz de la ciudad el Dios de las dos imágenes. Te clava en el alma dos instantáneas, dos conceptos de La Pasión del Cristo, dos sensaciones principales que luego se desgranan en tantas como cariños viven en cada casa de Santiago. Ofrece sus dos imágenes en toda su anatomía. Sus ojos expresan primero la misericordia de la que sólo el Hijo de Dios puede ser digno, y luego el dolor por las heridas. Sus labios entreabiertos parecen regalar la Paciencia a quien le pide sus bonanzas, y a la vez sueltan los gritos que una tortura extrema le provoca.

Sus manos aferrándose a la Columna parecen ofrecerse a quien las necesita, y se acarician el mármol frío donde salpica Su sangre divina. Viene acercándose a nosotros como un Salvador lleno de gloria (y "lleno de Gracia" con los sones que le acompañan), como un halo de luz eterna de cada despedida de la luna de Nissan. Y mientras se nos viene de frente, nadie repara en el castigo que recibe por cada una de nuestras faltas. Nadie ve el látigo moverse insinuante ante el impacto que va a producir más de trescientas veces. Viene, y viene como Dios, como lo que nunca debemos olvidar que es, como el Poder que triunfará sobre la muerte y reina eternamente sobre las tinieblas.

Y lo vemos pasar..., lo vemos marcharse..., alejarse... andar. Y entonces aparece el Hombre lacerado. Entonces aparece el centurión que detiene al soldado en su castigo porque Pilato "sólo" lo mandó azotar para dar con él un escarmiento. Porque las escrituras debían cumplirse y debía morir en la Cruz y no en la flagelación, aunque en base al castigo raro era que aquel Nazareno no hubiera perecido en el exceso de sed de sangre romana. Entonces aparece el sanedrita presente en los latigazos para constatarse de que el Reo no se libraba del dolor. Entonces lo vemos irse como Hombre masacrado, humillado, rendido al vertido de sangre, para que no olvidemos que aunque era Dios, sintió en sus carnes como humano todo el Sacrificio impuesto por Su Padre.

Noche de más Pasión que ninguna. Cuando ocurrió todo lo que veneramos cada año, cuando el gallo cantó por tres veces. Y todo parece verse bajo la compasión de la Noche por antonomasia de la Semana. Y vemos como Judas lo entrega a la Plazuela de Santiago, cómo el Sanedrín lo juzga en Calatrava, cómo dice "Ego Sum" ante los Ángeles que viven en Santa Clara, cómo Pilato lo recibe en la lonja de Santa María y pronuncia "no veo en este Hombre delito alguno...", cómo lo manda a Herodes por la Plaza de San Fernando y éste lo devuelve al procurador en Blas Infante. Y allí justo en San Bartolomé, Pilato lo manda azotar y así empieza su castigo más cruel en la Pasión, hasta que vuelve donde los Kíkilis lo esperan para limpiarle la sangre.

Impresiona su espalda destrozada por los latigazos. Impresiona el marco de las miradas de los corazones de la humildad del barrio de Santiago. Impresiona y estremece el repeluco que producen las palabras de su guía, que parecen dictadas por Él mismo. Impresiona cómo por el Barrio de mis sueños, donde reina el aire porque es el traje de las rapaces más autóctonas de la tierra, nada estorba a Su paso. Un paso que siempre parece compasivo y poderoso a la vez. Un paso que viene con la Paciencia por medicina para su dolor. Un Hombre Dios, un Rey Hombre, la dualidad en una sola Imagen, en un solo barrio, en una sola noche en la que hasta la luna decide cambiar. 

Y su sangre se vuelve la nuestra como predijo en la ÚItima Cena. Y nos vestimos de trajes y mantillas porque para los creyentes es día solemne, y para los de Santiago es el Jueves de la Semana. El día en el que hasta la cal de las paredes del barrio quiere vestirse de gala blanca porque pasa Él, porque pasan los "Kíkilis" de la tierra procesionando y rezando, y los del cielo revoloteando y anunciando con su trino que de la Iglesia con alma de mezquita sale el primero y más grande de cuantos viven en Santiago. El Hombre de la mirada más bella y tierna de cuantos pasean por la cuidad. El Hombre al que con cada pecado le damos un golpe de látigo. El Hombre en el que Pilato "no vió delito alguno" al igual que no lo vemos nosotros. El Hombre que en su espalda nos clava en nuestras almas su sufrimiento, pero que nos deja la primera imagen que nos ofrece permanente en la retina el resto del año. Porque ese Hombre es Dios, y cada Jueves de nuestras vidas, Dios se nos acerca de frente, desde que sale a la Plazuela de Santiago, para reinar en la noche de la Pasión carmonense.






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