17 marzo 2015

CUARESMA 2015 (XII). CRISTOS DE CARMONA (VI): "La humilde y paciente espera".

La Humildad y la Paciencia son uno. Viven en Él, y Él vive en la casa del que guarda las llaves del Reino. No tiene barrio pero ni falta que le hace, porque Él en sí mismo es una ciudad entera cuando se abre la tarde del Viernes Santo que antes era madrugada. El simbolismo del blanco de sus fervorosos penitentes así lo atestigua, así lo legaron a la memoria de los tiempos. Él es la espera amarga de quien sabe lo que ha sucedido, lo que está sucediendo y lo que sucederá. Está sentado, pero camina. Camina solo sin más compañía que la calavera de la muerte que le ronda, y las piedras que por mandato divino se partirán en dos cuando sus Dolores terminen.

Él representa las amargas esperas de nuestras vidas. La espera eterna de un año intensificada en cuarenta días, y personificada en las horas previas a cada día de la Semana de la Pasión. La espera de quien aguarda en una fría sala de Hospital un diagnóstico, una mejora, una nueva vida, o una luz que se apaga. La espera del amor cuando está floreciendo, o de una llamada cuando la sombra negra del desempleo se sienta cada día a la mesa. La espera del momento de verlo pasar cuando sabemos que murió hace horas y aún así, lo esperamos con la mirada perdida en el blanco de su cortejo.Mirándolo a Él y comprobando cómo reposa la faz sobre sus nudillos y sentado espera "como cordero que es llevado al matadero". 

Es la Paciencia de un Dios representada en una mirada de resignación. Y pocos rostros como el suyo reflejan mejor un nombre compuesto. Paciencia ante la que podemos responder, que podemos asumir como su regalo, que podemos hacer nuestra y de la que muchos se han llenado en los peores momentos. Puede que con su imagen en la memoria y en el intervalo de cada segundo de cada tiempo de espera. Quien dijo aquello de "el que espera, desespera" no lo conocía a Él, eso es seguro. No entró a las puertas de la casa de San Pedro, no atravesó los bajos de una Giralda en miniatura, y no se quedó a contemplarlo unos segundos. Él espera sin desesperarse, y ahí radica Su grandeza.

Y siendo quien es, quiso esperar el martirio. El dolor de verse clavado en una Cruz por nuestros pecados. La agonía de una espalda destrozada a latigazos, de un pómulo hundido por una "bofetá", de un cuero cabelludo agujereado por miles de espinas, del hombro hundido por el peso del madero donde morirá. Y todo eso lo esperó callado, Humilde. Lección que no aprendemos en la historia de los tiempos pasados y presentes. Que la vanidad nunca debe superar a la Humildad. Que lo nuestro nunca debe parecer mejor que lo de los demás salvo cuando así lo demostremos. Que la lengua viperina para criticar por creernos mejores nos la pone el demonio y no Él, que siendo Dios, no usó su posición para librarse del castigo que espera sentado en las rocas del Gólgota.

La Humildad que Él tiene en su rostro y la que tanto nos falta para no presumir a la mínima en cualquier conversación. La Humildad de quien salvó a la humanidad y no se salvó a sí mismo. La Humildad de la incomprensión ante esa virtud en un mundo en el que necesitamos decir lo buenos que somos, lo que sabemos, lo que hacemos, y no nos damos cuenta de que demostrarlo es el mejor pregón de nuestras virtudes. Y así camina Él... sentado en la roca de nuestras culpas, con las dos virtudes en un solo nombre, y con los Dolores más expresivos regalados al rostro de Su Madre, que Él eligió la dulzura para el suyo en un momento tan amargo.  Y sea madrugada, mañana soleada de Alameda, mediodía de paseo, o tarde noche de Viernes eterno, nos sigue recordando Su grandeza cuando pasa. La Semana muere y Él camina sentado. Nosotros respiramos con nostalgia, porque ya se acaba el tiempo por el que hemos aguardado todo un año, que se nos intensificó en cuarenta días. Con Él va terminando la Semana para la que agotamos la espera... la suya... la humilde y paciente espera.





No hay comentarios:

Free counter and web stats