18 marzo 2015

CUARESMA 2015 (XIII). CRISTOS DE CARMONA (VII): "El Señor de todos..."

En Su rostro divino moran la belleza y la serenidad. En Sus llagas desgastadas por el pasar de los años las oraciones que marcan la devoción de una ciudad milenaria. En Sus manos que sostuve en las mías, sostiene la fe de todos nosotros en forma de Cruz de carey.  Su espalda encorvada soporta súplicas y culpas eternas de las almas de quien salvó. En cada bucle de Su pelo hay grandeza de Señor, de Hijo de Dios y de Padre... de Padrenuestro... de Nuestro Padre. Apodo que acorta su nombre completo porque para quien se entiende un amigo, se prescinde de los Apellidos por importantes que sean. Porque el amor y la creencia desaforada de un pueblo otorgan títulos que ninguna medalla de la ciudad puede superar... ni siquiera el de Alcalde Perpetuo.

En Su camino quedó marcado para siempre el nuestro, como "Cirineos" que miran para otro lado porque no quieren ver Su sufrimiento, ni como lleva a cuestas el instrumento y reposo de Su muerte. Su camino es el del recogimiento y el escalofrío intenso en una mirada cercana en la soledad de Su Capilla. El camino que impone la Divinidad de la ternura a paso abierto y silencioso. Porque es el Señor del Silencio y por más que su pasar se produzca en un instante, más permanente es la imagen que deja en la retina. No emociona cuando pasa, no es eso lo que provoca su imponente cuerpo de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos. 

Cuando pasa sobrecoge, provoca la mirada compasiva y la pose de respeto. Cuando pasa se hace el Silencio, porque el Silencio sólo se hace ante las cosas grandes, ante las creencias grandes, ante los hechos grandes, en los momentos grandes... Cuando pasa no importa nada para quien de verdad cree. Solo importan los sonidos que dejan oír el Silencio (que en el Silencio también se oyen sonidos), anunciado por una campana de la niñez de un muñidor. Cuando pasa hay quien se santigua, hay quien enseña a un pequeño temeroso que debe callar y que no debe temer, porque el Silencio protege, el Silencio bendice, el Silencio purifica. Cuando pasa todos somos "Verónicas" para limpiarle el sudor y aliviarle la fatiga.

No hay Calvario que llegue antes que el Suyo, no hay manos que no quieran aliviarle el peso de su hombro para que no llegue la tercera caída. No hay un jadeo dolorido más callado que el de sus divinos labios abiertos. No hay manos con más ternura que las que abrazan el carey ávido de sangre de Dios y no hay clavos más terribles que los del estremecimiento que provoca Su mirada. No hay Nazareno más Nazareno, ni Señor más Señor, ni Hombre más Dios, ni Padre más Nuestro. No hay camino más íntimo que el que marcan las huellas de sus pies cuando la noche inunda y Él atraviesa Sol. No hay más Cruz que la Suya y la del nombre de las Hermanas que le cantan en su parada más celestial.

Cuando Jerusalem se hace Carmona, o Carmona, Jerusalem, la tradición de siglos se hace reina del Viernes eterno de la Semana. La antigüedad del triunfo del amor se impone sobre toda modernidad de nuestra vida cotidiana. Cuando el Viernes se erige el Monumento de la fe, Él nos hace encontrarle sentido a todo. Y alberga en su seno a muchos que viven el resto de los días, el resto de los cariños a otras advocaciones del Hijo de Dios, porque Él no es hijo, es Padre, y es Nuestro. El Padrenuestro que hace compatible compartir el corazón, las miradas, las oraciones, los besos y los suspiros.

 El Señor del Silencio que es el Señor de muchas cosas más.  Es el Señor del fervor de tantos fieles que históricamente buscaron su consuelo en Él. Es el Señor del anochecer de los Viernes de nuestra vida, el Señor de la historia de una ciudad que lo guarda tras una muralla romana. El Señor de la vida defendida con el Dogma de la Inmaculada. El señor de los rezos, de las peticiones de alivio de los Dolores de la Madre Nazarena... y de todas las madres. Es el Señor que porta en Su Cruz la cruz del silencio de cada corazón palabras adentro. A lo largo de nuestras vidas, de nuestras Semanas, acogió las súplicas y las gracias sus de hijos. Por eso sigue siendo Nuestro Padre y seguirá siendo el Señor de todo, el Señor de todos... de todos nosotros... El Señor de Carmona.



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