02 abril 2015

SEMANA SANTA (V): MIERCOLES SANTO

¿Alguna vez ha probado usted algo con dos sabores?¿Una pizza, un helado?¿Un simple caramelo? En los días y las noches del Miércoles de la Semana también hay dos sabores para el alma. Son los sabores del arrabal de extramuros cuando se va llegando a San Francisco. Yo no respiro bien el Miércoles Santo si no oigo tañer la campana de la Capilla a las siete en punto de la tarde. Y es entonces cuando se prueba el primer sabor del día. El sabor del recogimiento que talló la mano inolvidable de Eslava, aderezado con un Descendimiento que tiñe de negro luto y silencio todo San Francisco.

Es el sabor bendito del racheo y del cimbrear de dos escaleras que se poyan en nuestras almas. Como me dijo esta mañana Antonio Bermudo: "El mejor patrimonio de la Quinta Angustia es el que nos han ido dejando nuestros antepasados". Pero el patrimonio de sobrecogerse, de la piedad por ese Cristo que desciende de su Cruz, del silencio en el que hablan las miradas cuando pasa, también es patrimonio de los antepasados de todos nosotros. Un patrimonio que estamos obligados a legar a nuestros hijos.  Y les contaremos en ese patrimonio que la tarde se hizo noche cálida, y sin viento, para que la penumbra de Tinajería y Tahona ensalzara mucho más la inmensa cofradía del Descendimiento.

El patrimonio de tantas saetas quedará en los libros de historia de nuestros oídos, el del orden de los negros nazarenos en el tratado de nuestros ojos, y el de la estampa de una noche como esta en el tomo primero de nuestros recuerdos. Y así va pasando, callado, a paso largo unas veces y racheo cortito otras, el Señor del Descendimiento, casi sin que nos demos cuenta. Dejando tanto en tan poco tiempo. Arrancándonos una señal de la cruz por respeto, una plegaria para nuestros adentros, y puede que alguna lágrima al recordar a los que ya no están, y dejando paso por sorpresa al otro sabor.

El sabor de los pequeños que escoltan a una Virgen con la palabra "Madre" en su título, porque es Señora y MADRE de las Angustias. Y como Madre ampara a todo el barrio hasta el punto de llevar bajo su manto y su peana, prendas de hermanas y hermanos que están ahora inmersos en una batalla contra la peste del siglo veintiuno. Y que están luchando por ganarla, y su forma de pedirle fuerzas a las Angustias, y su forma de estar en la Estación de Penitencia, ha sido dejando sus prendas (muchas de ellas pañuelos) bajo su amparo.

Y es el sabor de la alegría y el fervor desbordados en dos calles estrechas con nombres de talleres de oficios antiguos, donde se fabricaban las tinajas para guardar lo que nos daría de beber y donde se cocía el pan nuestro de cada día. Y no se corta quien le sale del alma y la voz un "¡Angustias, guapa!", y no cesan los aplausos y las petaladas, al tiempo que se aguanta el paso para que caigan las flores y se baila sobre los pies bajo un paso, con la banda sonora de una banda del "Arrabal". Y el sabor de la belleza de una Virgen Morena que cuesta aguantarle la mirada sin emocionarse. Sin mirar al lado y ver cómo (por poner un ejemplo tan simple como grande) un hombre hace de lazarillo a su mujer invidente.

Yo los he visto y he rezado por ellos. Porque si grande es el esfuerzo de ella intentando imaginar lo que pasa por su ojos sin poder verlo, más grande es el esfuerzo de su esposo intentando ser sus ojos. ¿Qué le contará, Angustias, que ella no pueda imaginarse cuando te oye pasar? Te he pedido que los bendigas a ambos, por favor, atiende mi ruego.  

Y tengo aun el regusto del sabor del "cangrejeo" por Tinajería mientras vi todo aquello, que todavía me queda en el paladar. Saboreo aún la marea de gente queriendo a las Angustias, siendo o no del barrio, mirándola andando hacia atrás, llorando de emoción porque saben que se acaba, y por el patio de la Capilla de San Francisco ilumina la luna del Jueves más Santo de todos los Jueves.  Y tañe otra vez la campana y ahora haciendo acopio de tantas emociones, me queda el dolor en el corazón porque no habrá otro Miércoles Santo como el de hoy. Los habrá mejores, puede, o peores, Dios no lo quiera, pero no como éste.  Porque en San Francisco los Miércoles eternos de nuestras vidas son siempre diferentes cada año, y encima, colman los sentidos ofreciendo dos sensaciones tan dispares y que tan bien se complementan. Dos sentimientos, dos sabores: El Descendimiento y las Angustias. El Hijo y La Madre. 

Para la noche que antecede a los días grandes de la Semana, no creo que se pueda pedir más. Que Dios bendiga a San Francisco, a la Quinta Angustia, y a todos sus hermanos y a los que como yo, queremos a esta Hermandad desde muy pequeñitos, aunque no figuremos en su nómina. 

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