03 abril 2015

SEMANA SANTA (VI): JUEVES SANTO

Hasta que no he caminado buscando el coche para volver a casa, por las callejuelas solitarias  del barrio de mis sueños, no he sido consciente de todo lo que ha pasado esta noche. Ni he sido consciente de la nostálgica pero bella estampa que es precisamente el barrio de mis sueños cuando todo acaba, cuando las puertas de Santiago se cierran no para recoger la cofradía, si no para custodiar los, ahora solitarios pasos de La Columna, cuando todo el mundo se ha marchado a casa o a recordar las anécdotas de esta noche con un café por delante.

Hasta que mis pies no me han avisado que ya estaba bien la noche, no he sido consciente de cómo venía andando el Señor en la Columna, de como ha iluminado la mecida elegante de la Virgen de la Paciencia, de cómo ha sido cómplice de la dulzura y el poderío la rosa malva del Cristo, de cómo han ayudado a la grandeza de la Virgen la rosa de pitiminí y la clavellina. De los nervios previos, del calor, de las amistades recuperadas, de los besos y gestos de ánimo y los deseos de "Buena Estación". De los pensamientos en quien me ha faltado a mi lado hoy... o debajo de los pasos... o detrás del antifaz azul...

Hasta que no he respirado el aire de la quietud de la madrugada en el barrio de los kíkilis no he sido consciente de que un año más cumplía el rito que llevo cumpliendo (a veces sin poder acabarlo por la neuralgia) desde los cinco años. De que todo volvía a ser como antes, como las noches que se auguraban mágicas por Fermín Molpeceres, como aquellas en las que se subía San Marcos y se bajaba Luis de Rueda. Todo volvía a ser como antes, cuando la Virgen de la Paciencia lucía esplendorosa sobre todo aquello que la acompañaba a su paso por las calles. Todo era como cuando a Macedo se le mete un ángel en la garganta y pronuncia palabras que llenan los ojos de lágrimas, y los cuellos de sus costaleros de una fuerza insospechada para dar levantás enormes.

Todo era como cuando Matute sabía hacer que sus hombres se pusieran de rodillas dos veces, y dos veces se levantaran como si nada, con lentitud, con mimo, y Santiago rompía en aplausos. Todo era como cuando brotaban las lágrimas de emoción y satisfacción al recogerse la Columna, o como cuando se paraba en la calle del "Porrita" para un refrigerio, o como cuando Lucía no era Hermana Mayor si no miembro del Grupo Joven. Todo era como cuando lo soñaba y me vestía de acólito para portar un cirial. Todo ha sido igual, pero renovado. 

To ha sido así y yo no he sido consciente, hasta que no he recorrido las solitarias calles del barrio de mis sueños. Y me doy cuenta ahora, con mis pies doloridos, y mi alma curada otro año por la felicidad que me supone sentir lo que siento por mi Hermandad de la Columna, por su gente, por todo lo que supone, y por seguir deseando la utopía de vivir un día en el barrio de mis sueños. Todo se ha resumido en el tiempo efímero que pasa entre el "esto ya está aquí" y el "otro año más, a esperar al que viene". Y hay quien espera, otros lo sentimos cada día, y eso es lo mejor, porque cuando lo sientes cada día, y te hace un Jueves Santo como el de hoy, lo vives de forma tan intensa, que no eres consciente de que es como los de antes, como los de siempre. No eres consciente, hasta que no recorres las vacías y silenciosas calles de Santiago, cuando ya todo ha pasado... 

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