20 mayo 2015

ROMA (Un pequeño relato "histoerótico")

Roma.Pleno apogeo del imperio. El sol se ponía en aquella villa de campo y apenas se colaba por el amplio atrio de la zona central de la misma. Los mosaicos de la fuente y el patio ya casi se doraban por la luz anaranjada que destellaban los reflejos del incipiente sueño del Dios Titán. En la villa del Gobernador, todos se habían ido ya a sus cubiculums a descansar. Todos excepto el Gobernador que andaba con una pequeña lucerna de aceite en una mano, y una copa de vinum en la otra, caminando alrededor del peristilo de la casa, con su toga celeste y su clámide blanca. Andaba descalzo buscando el frescor de la piedra tallada y el mosaico en aquella casi noche veraniega.

Era admirado en su territorio por su juventud para el cargo que ocupaba. Su cabello era recio y de un color rubio oscuro que se doraba con el sol. Era alto, aunque no mucho, y corpulento, sin llegar a ser obeso. Sus brazos fuertes, y unos marcados muslos y gemelos por sus entrenamientos militares. 
Lucía en su mano derecha, en su meñique el sello de los elegidos. De los tocados en Roma por la riqueza y el poder. Así lo contaba su séquito de esclavos y algunos libertos que se quedaron bajo el manto de su amistad, por la protección que ofrecía ser amigos del Gobernador. Andaba deambulando por el columnado peristilo para comprobar que todos dormían, salvo una esclava que encontró perdida en los alrededores. 

La primera vez que la vio supo que no sería siempre su esclava. Por más que la miraba, sabía que la única forma de amarla que tenía era hacerla su sirviente, pero que le daría la libertad tras mostrarle su corazón de hombre y no de poder. Abrió la puerta de madera lujosamente decorada que guardaba el cubículo de su elegida. Siempre recordaba al verla la primera vez que la tuvo ante sus ojos.


Su pelo era dorado y su tez clara. Reinaban en ella dos grandes ojos marrones, y unos labios perfectamente delineados. Era delgada pero muy sensual bajo la túnica de tul y el cinturón que ajustaba los pliegues a su cintura. Su trasero era firme y bien proporcionado, y sus piernas se le antojaban interminables para recorrerlas a besos. Ella se sobresalto al verlo entrar. No esperaba la visita del mismo Gobernador, allí, en su cubículo. 


-Salve, amo- dijo bajando la vista al suelo y poniéndose en pié, depositando sus manos entrelazadas delante de su cintura. 

-No te humilles- le replicó el Gobernador, dejando el vino y la lámpara sobre una mesa, y poniendo delicadamente su mano en la barbilla de la mujer, haciendo que levantara la mirada.
-Hoy no vengo a ti como tu amo, ni siquiera como emperador. Eros me ha llamado a tu aposento. Es la voluntad de los Dioses.

Ella entendió perfectamente su mirada. También había aprendido a amarle por el cariño con que fue tratada desde que la recogió en sus dominios. Sonrió dando su aprobación, y con una mirada maliciosa provocada por el morbo de lo que supondría tener al mismísimo Gobernador buceando entre sus piernas. Después de besarse, casi por instinto, soltó el broche de su hombro que era lo único que sujetaba su vestido como única prenda sobre su piel. El Gobernador hizo lo propio con su toga y se abrazaron con el ansia de sentir sus cuerpos desnudos fundiéndose poro a poro. En aquel abrazo, el ya casi erecto sexo del mandatario romano, rozaba juguetón la humedad de la entrepierna de la esclava.


Con un movimiento firme, la tomó en sus brazos y la depositó suavemente en el camastro, pasando a besarla y lamerla por completo hasta llegar a su clítoris. Echó mano de la copa de vinum, y fue dejando caer gotas con mucha habilidad por sus tobillos, pantorrillas, rodillas, muslos, vientre, pechos y cuello. Cada gota que caía sobre el cuerpo de su amada esclava era lamida dulcemente por su lengua y absorbida por sus labios.


Ella mientras besaba su boca y acariciaba su pelo con una de sus manos, masajeaba su miembro casi tirando de él para hacer que rozara con su clítoris, enfocándolo hacia su sexo ya muy húmedo. Pero él seguía siendo su amo, su Gobernador, y la voluntad de éste era muy distinta. Volvió a bajar a su clitoris, casi redondo, voluptuoso y palpitante. Parecía estar expuesto, ofreciéndose a ser comido y lamido con desesperación. Así lo hizo lo que provocó que ella se derramara en su boca para darle de beber néctar a su dueño.


El emperador subió las piernas de la esclava y las dobló pegándolas a su pecho, al tiempo que la penetró suave pero con un movimiento rápido. Solo dio varias embestidas no muy fuertes hasta que ella se electrocutó de nuevo y salió de ella. Ante la cara de extrañeza de su amada, se puso de pie junto al camastro y le dijo:


-Tu sabor es digno de Júpiter y Eros. No es un manjar digno de ser probado solo por mí. Recibe esta muestra y saboréala. 


Ella no dudó en acatar la orden con mucho agrado y excitación, e introdujo con suavidad el falo de su protector en la boca. Con un arte magistral solo sus labios y su lengua lo acariciaban, al tiempo que el sujetaba su pelo sin tirar, dejando que fuera ella la que eligiera la velocidad y el ritmo. En algún momento quería recordar a su esclava su poder, y tiraba de su pelo dejando inmóvil su cabeza para ser él quien suavemente movía su sexo penetrándole la boca. 


Casi tuvo que ser breve para no acabar y alargar el placer. La tomó de la cintura y la apoyó sobre el camastro para embestirla fuertemente desde atrás. Agarraba su pelo, lamía su cuello y su espalda, azotaba suavemente sus nalgas, acariciaba sus piernas y su clítoris, todo al tiempo que la penetraba una y otra vez, mientras ella gemía lo mas silenciosamente que podía para no despertar al resto de esclavos.


-Quiero beberte, Gobernador. Quiero que lo más profundo de ti entre en mi alma.- Acertó a decir entre gemidos notables.

-Ahora tu deseo será complacido- Respondió el mandatario.

La volvió a girar, y se tumbó sobre ella bombeándola cada vez más fuerte mientras ella arañaba dulcemente su espalda y volvía a descargar más flujo en la herramienta de su amo. Él no pudo aguantar más y con un movimiento rápido, bajó de la cama, y ofreció su pene a la mujer. Ella no dudó un sólo instante en reponder con su boca a la llamada, dejando que también sus labios de impregnaran con su néctar. 


El Gobernador cayó rendido en el camastro y ella se tumbó a su lado y se echó en su pecho. 


-Esta es la noche en la que los Dioses han decidido que elijas. Debes decidir entre quedarte aquí, o marchar a buscar tu destino. En cualquiera de las dos elecciones, serás una mujer libre...


Ella se sorprendió tanto por la amabilidad de su Gobernador que tuvo nítida la elección:

-No estaré nunca mejor que a tu lado, mi Gobernador...

Desde aquel día la Villa tuvo otro color. El color del dios Sol Titan que bañaba las tardes del dorado a los mosaicos. El color de las estrellas que más brillaban en Roma. Todo eso sería para ellos, como cómplices de momentos en aquella Villa, hasta el fin de los días. Villa que ya nunca sería la del futuro Emperador, pero no le importó. Siendo gobernador, ya se sentía el hombre más afortunado de todo el Imperio...

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